Del cerdo ibérico se aprovecha todo. De las patas, jamón y paleta. Luego están cortes como el lomo, la presa, el secreto y la pluma, todos con una grasa infiltrada espectacular. Cada parte es un tesoro de sabor y textura, resultado de su vida en lahesa y su dieta de bellotas.
Del cerdo ibérico no se desperdicia nada, ¡literalmente! Su despiece es un mapa de tesoros. De las patas traseras sacamos el majestuoso jamón, y de las delanteras, la paleta.
Pero hay mucho más: el lomo, una pieza noble y magra. La presa, jugosa y con ese veteado que enamora. El secreto, escondido y con una infiltración de grasa increíble. La pluma, tierna y versátil. Y no olvidemos el lagarto, la carrillera o incluso el abanico. Cada corte, único, es un festín de texturas y sabores, todo gracias a la vida en la dehesa y la bellota.
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